*Por Esteban Sargiotto

La jornada laboral ha sido un tema de discusión a lo largo de la historia del capitalismo: desde las extenuantes jornadas de 16 horas de siglos pasados-que a veces incluían a niños-  hasta las actuales 8 horas laborales, la humanidad atravesó debates sobre su conveniencia en todas las épocas. El trabajo es el gran ordenador de la vida y de la sociedad y no debería sorprender que sea materia de debate y de lucha política. En los últimos años, desde los ámbitos académicos y científicos se propusieron contestar a preguntas más de fondo: ¿Es realmente necesario trabajar 8 horas diarias, 5 días a la semana? ¿Es productivo? ¿Realmente se aprovecha el tiempo? Y más aún: ¿por qué debemos trabajar tanto?

Pues bien: las investigaciones más recientes han venido demostrando que una persona normal no puede permanecer 8 horas concentrada y que en jornadas laborales normales pasa la mayor parte del tiempo socializando, leyendo noticias, comiendo o tomándose recreos. Según estos resultados, ese tiempo de atención no supera las 3 horas, de modo que los autores concluyen, de modo bastante osado, que es un sinsentido una jornada laboral de 8 horas cuando en realidad se cumple efectivamente con sólo 3. En esa línea, agregan que la forma exitosa y más productiva de trabajar es con períodos breves de concentración seguidos por descansos.

¿Qué hay, entonces, de las 8 horas?

Se da una aparente paradoja: es contraproducente. La presión ejercida por algunos empleadores para que los trabajadores estén concentrados durante tantas horas puede provocar malos hábitos que terminan por torpedear la productividad. ¿El motivo? Puramente psicológico y biológico: nuestro cerebro se cansa luego de una cantidad de tiempo y presionarlo solamente consigue generar estrés lo que, a la larga, reproduce los malos hábitos que citábamos: navegar en redes sociales, salir a fumar o leer noticias. Con el agravante de que si antes el trabajador navegaba a la tarde, puede pasar a preguntarse “¿por qué no hacerlo también a la mañana?”, producto del nuevo estrés. La presión, entonces, sólo consigue como resultado más procrastinación y menor atención en lo laboral.

Todo esto llevó  a varios gobiernos a experimentar distintas estrategias de solución: al ser imposible mantener un ritmo de trabajo productivo por más de 6 horas, algunos se inclinan por ese modelo: 6 horas en lugar de 8, un esquema que ha comenzado a dar frutos.

Desde ya que existen limitaciones: en algunos lugares es necesario que haya gente a toda hora, como en geriátricos, lo que obliga a contratar más personal, incrementando los costos. Pero salvo esos casos, las pruebas indicaron que la reducción de horas de trabajo no sólo es más sana, sino que mejora la productividad de las compañías y el bienestar y felicidad de los trabajadores que organizan su vida de modo más balanceado.

Las propuestas concretas varían: mientras que algunos proponen 8 horas laborales, pero sólo 4 días a la semana; en otros países se ha intentado con 6 horas laborales, los 5 días a la semana.

En ambos casos, se trata de pasar de 40 horas semanales a 32 o 30, con distintas estrategias, pero preservando salario y derechos. Los resultados han sido excelentes: los trabajadores se sentían más motivados, se volvieron más puntuales, creativos y productivos. Como dice uno de los impulsores, el éxito no consiste sólo en disfrutar de un mayor tiempo familiar y mayor descanso, sino de una vida más equilibrada entre trabajo, ocio y vida personal. El modelo de los 4 días funcionó muy bien, pero no con un fin de semana de 3 días, sino con un día de descanso en el medio: los miércoles. El fin de semana largo obturaba el ritmo, mientras que un descanso a mitad de semana demostró ayudar a los trabajadores y las compañías a organizarse mejor.

En algunos casos, los resultados fueron sorprendentes: en una filial de Microsoft en Japón, la productividad no sólo se mantuvo, sino que aumentó en un 40% luego del cambio a una jornada laboral de 4 días a la semana.

Distintos países, en general desarrollados, han ido estableciendo pruebas piloto, con éxito en todos los casos: Nueva Zelanda, España, Suecia, Japón e incluso algunas empresas de EE.UU.

Pandemia y el caso alemán

Una de las cosas que generó la pandemia de coronavirus fue poner en agenda distintos planteos estructurales que estaban en un segundo plano o muy lejos en las prioridades: el hacinamiento en grandes ciudades, la necesidad de fomentar un arraigo rural (e incluso una vuelta al campo), la efectividad de los sistemas de salud, la importancia de que la atención sanitaria sea pública y el acceso a las vacunas, pero también la jornada laboral y su modalidad, como el teletrabajo. Entre esos temas, se impuso también el de las horas de trabajo y la cantidad de días en los que es necesario asistir.

No obstante, y a pesar de las investigaciones y las pruebas piloto, las respuestas a la crisis ocasionada por el coronavirus han sido disímiles. Algunos países tomaron pocas definiciones laborales y dejaron todo librado al mercado -un buen ejemplo es EE.UU., donde se le permitió a las grandes empresas despedir personal, dato que explica la brusca suba de desempleo-; otros apelaron a prohibiciones de despidos, medidas paliativas e inversión pública, como nuestro país y; otros agregaron además un sinfín de rescates, que incluyeron una mayor participación del Estado, especialmente en Europa. Un caso saliente de este grupo es el de Alemania, donde el Estado tomó medidas de protección de empresas nacionales frente a las extranjeras en un contexto de quiebras. Así fue que adquirió un significativo paquete accionario de Lufthansa para su rescate.Pero los Estados no han sido los únicos actores. Precisamente en Alemania adquirió mucho protagonismo una propuesta de IG Metall, el sindicato más grande del país(2,27 millones de miembros) y que nuclea a trabajadores industriales, en especial los ligados al metal. La propuesta consiste en llevar la semana laboral a sólo 4 días para paliar los efectos de la pandemia y evitar despidos. El modelo de reducción de jornada laboral sirve, así, a varios fines: como una forma de mejorar la vida, pero también como modelo de emergencia para capear las crisis. Se calcula que debido a la pandemia hay unos 300.000 empleos en riesgo y, a juicio del sindicato, la forma más eficaz de evitar estos despidos es un paquete de medidas que ataque varios aspectos: un complemento salarial a la reducción de horas de trabajo, lo que se traduce en un recorte de salarios. En esta parte del paquete entraría el papel del Estado, pero a cambio se conservaría el empleo y las empresas no deberían afrontar por sí solas el alto costo de futuros despidos. A esta iniciativa se la debe poner en el contexto alemán: los conglomerados industriales y las famosas empresas medianas denominadas Mittelstand son las que sostienen el tejido productivo y con el tiempo han ido quedando obsoletas ante el reto de la revolución digital. En este estado de cosas es que el plan de IG Metall cobra sentido. Además, este programa sindical se encuentra emparentado con el plan del partido de izquierda Die Linke para que las 30 horas de trabajo sean generalizadas en todo el país. ¿El motivo? La digitalización del país. La idea es repartir el trabajo para evitar despidos y, así, poder complementarse con el aluvión de digitalización y automatización.

El debate en Alemania se encuentra avanzado y existe un consenso entre el gobierno, los sindicatos y muchas cámaras empresarias; aunque la pugna no está del todo resuelta, en especial por la oposición de algunos sectores empresarios a quienes no les simpatiza avanzar en reducciones de jornada laboral.

Alemania lidera, pero no está sola: tanto en Finlandia como en España han surgido propuestas similares. En Dinamarca existe un proyecto que también aborda lo laboral, aunque se ha centrado en el final de la vida activa: jubilaciones anticipadas de trabajadores en edad de riesgo mediante un impuesto especial a las grandes fortunas. También en nuestro país circula una propuesta, mucho más modesta, aunque en el mismo sentido del sindicato alemán: la reducción de la jornada de 48 horas semanales a 40 para formalizar trabajos informales y para repartir las horas de trabajo entre ocupados y desocupados.

Como señalábamos, la pandemia ha acelerado debates de fondo casi al mismo ritmo que ha obligado a tomar definiciones desagradables. Como reza el cliché: las crisis engendran también oportunidades. ¿Será esta la oportunidad de avanzar hacia una vida más equilibrada, con menor carga de trabajo, un ámbito laboral más sano y mayor bienestar emocional y social?


*Licenciado en Letras y estudiante de Licenciatura en Ciencias Matemáticas